jueves, 14 de octubre de 2010

Larvas III

Entre vergüenza y ocio: aquí presento dos viejas larvas. Son tan antiguas que sólo estaban en vesión papel, por lo que han sobrevivido a los continuos errores "casuales" del disco rígido que sólo le pasan a mi hermano.
PD:  sir o la ndoh an gline scr ib e...

La vergüenza

Si hablamos de la vergüenza enseguida sobreviene la idea de un sentimiento que en una escala podría ir desde molesto hasta tortuoso, pero nunca placentero. Muchas veces uno quisiera desterrar la vergüenza y no se puede juzgar eso, después de todo, ¡es tan difícil ser humano! Sometidos a un arsenal de emociones rebeldes que parecieran tener vida propia y doble voto para tomar cualquier decisión. Pero es mejor aceptar que el caos emocional nos va a acompañar durante toda la vida.
La mayoría de las personas detestan la vergüenza, aunque a pocos les interesa saber exactamente qué es. Y hacen muy bien, porque es algo extremadamente complicado y bastante tedioso de explicar. En resumidas cuentas, se diría que es una afirmación del ego a partir de la mirada del otro, por ejemplo. Visto así podría resultar simpático: es una manera algo impetuosa de confirmar que sabemos quienes somos. Entonces conservamos a.l menos algo de cordura.
De todas formas, la vergüenza sigue siendo un sentimiento incómodo. No hace falta redundar porque para eso está, para incomodar. Si existe necesidad de que eso suceda cada uno podrá considerarlo. Quizá sea mejor resignarse a pensar que lo desagradable es inevitable y así ahorrarse una angustia posterior. Dicho esto, el siguiente planteo es si la vergüenza puede excitarse. La realidad es que se lo hace todo el tiempo. Muchas son las cosas que causan vergüenza pero pocas las veces en que efectivamente se la sienten de las cuales al menos la mitad son culpa de otro. Todos hemos aprendido pronto a eludirla estratégicamente. entonces, no se la puede acusar de fastidiar inquebrantablemente porque la mayor parte del tiempo se encuentra latente. Ante la emoción que acecha, se abre un dilema permanente entre acerca de experimentarla o huir de ella. Probablemente, lo verdaderamente ingrato sea el miedo a sentir vergüenza. Además, si se lo piensa un poco, los arrebatos de pudor tienden a ser efímeros. Aunque al mismo tiempo, la vergüenza puede convertirse en una ventaja: igual que el frío, la lluvia o la programación del cable, constituye un pretexto perfecto para no hacer nada. Y nadie puede asegurar que en la capacidad de engañarse a uno mismo no pueda hallarse una forma de felicidad.
"Vergüenza es robar", nos decía la profesora de Educación Física para convencernos de que bailar zarzuela en la escuela era divertido. Hay una serie de lugares comunes acerca de la vergüenza dando vueltas que tal vez pretendan actuar por sugestión, aunque no cuentan con demasiado poder de convencimiento. No se puede decir que sea normal sentir más vergüenza al quedar en ridículo que al hacer algo malo, aunque eso suceda todo el tiempo. Muchas veces se experimenta una gran turbación ante cosas que no lo ameritan y una alegre impunidad cuando se trata de acciones por demás reprobables. Cualquiera podría decir cuáles cosas deberían a uno darle vergüenza y cuáles no, pero eso simplemente no tendría ningún sentido operativo. Sigue siendo casi imposible exigirle disciplina a la emoción más indócil y caprichosa que existe. Tal vez sea tan extraña, contradictoria y hasta absurda por ser tan esencialmente humana. Y ante eso sería el colmo pretender coherencia.

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