miércoles, 13 de octubre de 2010

Buenos Aires 2005

Amar es mi talento, te voy a enamorar



Un vagón de subte al atardecer es el lugar exacto para convertirse en público cautivo de algún cantante ignoto que desea volver a casa con algo de efectivo. Pero este viaje al parecer va a continuar impasible. Hasta que, de pronto, unos gritos ensordecedores interrumpen el silencio agotado de las siete de la tarde. Una parejita de chicos que no pasan los diez años ha irrumpido en el vagón dispuesta a romper con la monotonía de los rieles. Las personas dentro tratamos de no inquietarnos demasiado mientras somos informados por el nene de que junto a su hermanita van a ofrecernos una canción. Pero hay algo extraño en la expresión de su voz. En realidad, es algo fuera de lo acostumbrado. Más que tristeza, hay risas. De hecho, no puede dejar de reírse mientras despliega su presentación de memoria. Es que su hermana lo está empujando como si lo quisiera tirar por un barranco o algo así. Él le devuelve los empujones; y más risas.
Eventualmente se separan, corren, no dejan de escabullirse entre la gente mientras siguen con su número. Se escuchan gritos desafinados que se parecen un poco a la cumbia boliviana más temida por los pasajeros. Y no se sabe cuál es el motivo de tanta risa. Tanto, que más de una vez se ve interrumpido el despliegue escénico.
Ni siquiera cuando claman por una moneda pueden dejar de arrojarse uno sobre otro para que las risas no paren. Son aplaudidos sin ganas. Quizás sea el momento de sentir lástima, pero el barullo no lo permite.Es que ahora se están gritando las recaudaciones del día. Vuelven  a pelearse, esta vez para definir quién logró el mejor botín.  Y otra vez se están riendo, mientras juegan una carrera hasta el siguiente vagón.

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